Diadema Real de Marina

El año 2016 (2 de febrero), se cumplen doscientos años de la creación de la Cruz de Distinción de la Diadema Real de Marina por Fernando VII y, el año 2017 (6 de enero), idéntico aniversario de la aprobación de su reglamento. Esta condecoración naval fue la primera, con carácter genérico y permanente de la Armada Española, además de la más antigua del mundo.

En su memoria, la Diputación del Capítulo Noble de Fernando VI, a propuesta de la Comisión de Historia Militar y Naval, ha adoptado el 6 de enero de 2017 una resolución por la cual ha creado la Medalla Conmemorativa del II Centenario de la Cruz de Distinción de la Diadema Real de Marina, con una finalidad esencial: Recuperar y honrar la memoria de la primera condecoración naval española que fue, al mismo tiempo, la condecoración naval más antigua del mundo, así como de todos aquellos que la ostentaron por su valor, lealtad y servicio a España, en tanto que supone una tradición gloriosa imperecedera.

Esta medalla será atribuida por la Comisión de Historia Militar y Naval del Capítulo Noble de Fernando VI y es instituida en una única clase. Su insignia es la tradicional de la Diadema Real, pendiente de una cinta con los colores de la bandera española. Al reverso, consta de un óvalo de oro en el que se encuentra gravado: II CENTENARIO 1816-2016. De este modo, se deja patente su carácter exclusivamente conmemorativo. Puede lucirse al pecho, prendida del pasador que incorpora. Toda insignia es realizada en plata de ley.

Todas las personas condecoradas con esta medalla recibirán un diploma acreditativo de su concesión. Tal diploma, al igual que los históricos de la Diadema Real, recibe el nombre de cédula y establece la concesión en memoria de Su Majestad Don Fernando VII. El nombramiento otorga el derecho a ostentar la medalla.

Pueden ser condecoradas con esta medalla conmemorativa las siguientes personas, españolas o extranjeras:

- Los oficiales de la Armada Española y los descendientes de oficiales de la Armada por linaje de varonía que así lo acrediten fehacientemente.

- Los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil, en servicio activo, reservistas y retirados.

- Quienes se encuentran en posesión de condecoraciones de la Real y Militar Orden de San Fernando y de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, así como de la Medalla Militar, Cruz de Guerra, Medalla del Ejército, Medalla Naval, Medalla Aérea, Cruces al Mérito Militar, Naval y Aeronáutico cualesquiera que sea su distintivo, Cruz al Mérito de la Guardia Civil. Asímismo, quienes hayan sido citados como distinguidos en la Orden General, o hayan recibido una mención honorífica.

- Los miembros del Capítulo Noble de Fernando VI, en cualquiera de sus clases y grados.

- Las personas que, a juicio de la Comisión de Historia Militar y Naval, sean estimadas dignas de su concesión, considerados sus méritos académicos, profesionales, cívicos, así como por su relevancia social, o cualquier otra circunstancia que la Comisión estime valorable.

Se da la circunstancia de que el Duque de San Fernando de Quiroga, Grande de España, Protector del Capítulo Noble de Fernando VI, es descendiente del Jefe de Escuadra don Francisco Javier Melgarejo y Rojas (1733-1820), Jefe de Escuadra de la Real Armada, Capitán General del Departamento Marítimo de El Ferrol.

Esta condecoración se encuentra bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, Patrona de la Armada Española por disposición de la Real Orden de 19 de abril de 1901 y, en general, de toda gente de mar.

SOLICITUDES: todas las personas que, encontrándose en alguno de los casos enunciados, deseen recibir la cédula (o diploma) e insignia de esta conmemorativa, pueden solicitarla a través del formulario de contacto de esta página web.

APORTACIONES DE ESPAÑA A LA HISTORIA NAVAL

Es innegable que los españoles han protagonizado numerosas páginas de la historia naval del mundo y que sería mucho lo que, acerca de ello, podría escribirse. No es este el momento ni el lugar para hacerlo. Baste citar, sin ningún ánimo de exhaustividad, algunos ejemplos:

- La era de los descubrimientos geográficos a partir del siglo XV, que fue de autoría plenamente ibérica, a cargo de Portugal y de España, culminando en la hazaña colombina y, por tanto española, de la llegada al Nuevo Mundo. Preludio que fue, a su vez, de la hegemonía hispana sobre los mares y las rutas comerciales.

- La Flota de Indias que, desde principios del siglo XVI a finales del XVIII, hizo posible el mayor flujo de intercambio comercial y de riqueza jamás existente entre Europa y América, además de constituir uno de los operativos navales de mayor éxito y vigencia en la Historia. Puerto de Sevilla, destino de las flotas de Indias durante más de doscientos años.

- El desarrollo y expansión del galeón, a comienzos del siglo XVI, como el más poderoso buque de guerra durante esta centuria y la mayor parte de la siguiente.

- La creación en 1537 del cuerpo de infantería de marina más antiguo del mundo, que ha ceñido los más gloriosos laureles en los cinco continentes.

- La victoria en algunas de las más grandes batallas navales o con implicación de escuadras marítimas que recuerda la Historia, como Lepanto (1571), o Cartagena de Indias (1741).

- La construcción del buque de guerra más grande y poderoso de su tiempo entre 1769 y 1815, el Santísima Trinidad, conocido como “El Escorial de los mares”. Fue uno de los contadísimos navíos de línea de cuatro puentes que jamás han existido.

- El primer viaje de circunnavegación del globo realizado por un buque acorazado, la fragata blindada Numancia, entre 1865 y 1867.

- La construcción de los primeros submarinos propulsados eléctricamente y capaces de lanzar torpedos, tanto en superficie como en inmersión, en la segunda mitad del siglo XIX.

- La concepción del destructor como buque contratorpedero de alta mar.

Pero existe, además, otra aportación singular de España a la historia naval y que ha permanecido en el olvido. Se trata de que la condecoración naval militar más antigua del mundo fue, precisamente, española. Nos estamos refiriendo a la Cruz de Distinción de la Diadema Real de Marina, instituida por el Rey Fernando VII en 1816, y que fue el más inmediato antecedente de la Cruz y la Gran Cruz al Mérito Naval que son todavía concedidas en la actualidad.

Decimos la más antigua del mundo, en base a dos consideraciones, que hacen peculiar y única a esta Cruz de Distinción, conocida por antonomasia como Diadema Real:

1. Existieron en Europa muchas otras órdenes y condecoraciones militares con anterioridad a 1816, si bien ninguna propiamente naval.

2. Antes de la Diadema Real hubo, tanto en España como en otros países, medallas discernidas como recompensa a los méritos contraídos en batallas o acciones navales concretas pero, en ningún caso, una condecoración de naturaleza genérica que no se agotase en un hecho de armas específico y que prodigase sus concesiones en el tiempo de manera indefinida.

HISTORIA DE LA CONDECORACIÓN

Las condecoraciones militares y navales: antecedentes históricos

El valor y los demás méritos militares fueron, durante siglos, recompensados con diferentes honores por las Monarquías de Europa. Tradicionalmente, todo mérito castrense, ya fuese en el ámbito de los ejércitos o de las armadas, fue premiado del mismo modo que otros servicios a la Corona, esencialmente, con títulos nobiliarios y con los hábitos de las órdenes militares y dinásticas. Además, no existía por lo general una separación entre nobleza y caballería, por lo que las órdenes militares y dinásticas eran otorgadas a personas que ya pertenecían al estamento nobiliario, así como también gran parte de los títulos nobiliarios.

Pero el concepto de condecoraciones específicamente militares o navales, de habitual concesión entre los soldados o marinos que se hubiesen hecho acreedores del Real aprecio, fue totalmente desconocido en Europa hasta fines de la Edad Moderna.

La primera distinción de carácter exclusivamente militar y que fuese otorgada por tiempo indefinido, por no responder su creación a los fastos de un hecho bélico individualizado, tuvo su origen en Francia a finales del siglo XVII. En efecto, el largo reinado de Luis XIV, jalonado por largos y diversos conflictos con casi todas las potencias europeas, hizo ver al Rey Sol la necesidad de contar en su sistema premial con una condecoración propiamente militar. Pero además que, a diferencia de las otras órdenes de la Corona (la del Espíritu Santo y la de San Miguel), su acceso no estuviese reservado en exclusiva a los miembros de la nobleza.

Fruto de estas reflexiones, vio la luz en 1693 la Real y Militar Orden de San Luis. Sus beneficiarios eran los oficiales militares y navales de los ejércitos y armadas reales, bien por distinguirse de manera excepcional, o bien por acumular diez años de servicio. Esta última condición considera ya como virtud meritoria la constancia militar, sin atender únicamente al valor.

Un nuevo ejemplo de esta tendencia tuvo lugar en Inglaterra en 1725, con la instauración por Jorge I de la Honorabilísima Orden del Baño. Hasta ese momento, los militares británicos solamente podían ser premiados con títulos nobiliarios, o con las órdenes de la Jarretera y del Cardo, ambas discernidas únicamente a personas con probada condición de nobleza, sometidas a un riguroso numerus clausus de miembros y, en el caso de la Orden del Cardo, solamente podían gozar de su pertenencia los escoceses. De ahí, que se buscase un medio más flexible de premiar los valores castrenses. Sin embargo, a pesar de que la mayoría de las concesiones de la Orden del Baño recayeron en militares, no fue un honor totalmente militar, sino que se encontraba abierto también a los civiles.

Lo mismo sucedió en Prusia, con la creación en 1740 por Federico el Grande de la Orden Pour le Mérite, conocido por antonomasia como el Max Azul, que hasta 1810 fue discernido en dos clases, militar y civil.

El año 1769 conoció en Rusia de la fundación de la Orden de San Jorge por la Emperatriz Catalina II. Se trató de una distinción de absoluto carácter militar, que pronto se convirtió en una de las más preciadas órdenes imperiales. Prueba de ello es que, aunque suprimida por los comunistas tras la revolución, fue restablecida como máxima condecoración militar de la Federación Rusa en 1992.

Otro caso surgió en Italia, con la instauración en 1793 por parte de Víctor Amadeo III, Rey de Cerdeña y Duque de Saboya, de la Orden Militar de Saboya. Posteriormente, a partir de 1861, convertiría en parte del sistema premial del Reino de Italia y, en la actualidad, lo es todavía de la República Italiana.

Son los citados únicamente algunos de los muchos ejemplos conocidos de esta tendencia que cristalizará finalmente a lo largo del siglo XIX: crear condecoraciones militares específicas y que no tengan en cuenta el estamento social de los agraciados. Tal sucederá en España, con la Real y Militar Orden de San Fernando y con la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, ambas fundadas por Fernando VII, en 1811 y 1814, respectivamente; o, en Prusia, con la Cruz de Hierro, establecida por Federico Guillermo III en 1813.

No obstante, todas ellas serán concedidas a miembros de los ejércitos y armadas, sin que existiese una condecoración específicamente naval de general concesión, más allá de una jornada o acción memorables. No será hasta 1816 cuando en España se cree la primera condecoración naval de la Historia, que responda a estos parámetros.

El caso español: la Cruz de Distinción de la Diadema Real de Marina

El valor, la lealtad y el mérito en el ámbito militar y naval fueron históricamente recompensados en España, al igual que en el resto de Europa, del mismo modo que otros servicios a la Corona. Así, hasta principios del siglo XIX no existió ningún honor específicamente militar que fuese conferido al personal militar y naval por sus virtudes castrenses, diferente de los que conformaban el sistema premial de la Monarquía, y para el que fuese irrelevante la condición nobiliaria del agraciado.

Los títulos nobiliarios, los privilegios de hidalguía y los hábitos de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa eran las recompensas tradicional y habitualmente discernidas por la Corona a los miembros de los ejércitos y armadas que se hacían acreedores de las mismas. En algunas contadas ocasiones, los Soberanos concedieron el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, siempre a miembros de la más alta nobleza. Y, finalmente, desde su establecimiento en 1771, la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, también concedida a militares y marinos, se encontraba reservada únicamente a quienes acreditasen nobleza de sangre. Es decir, que para poder optar a todas estas distinciones, los beneficiarios debían probar su nobleza o bien, en el caso de la hidalguía de privilegio o de los títulos nobiliarios, acceder a la nobleza, si bien estos últimos solían ser conferidos las más veces a personas que ya pertenecían por sangre al estado noble.

La necesidad de contar con distinciones que pudiesen ser otorgadas exclusivamente en virtud del mérito en campaña y demás valores castrenses, sin distinción de estamentos sociales, que ya contaba con antecedentes históricos, se llevo a la práctica durante el complejo contexto que vivió España con ocasión de la Guerra de la Independencia, a comienzos del siglo XIX.

En efecto, en 1808 el motín de Aranjuez aupó al trono al Príncipe de Asturias, Don Fernando, en detrimento de su padre, Carlos IV y, sobre todo, de su ministro don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz. Este último había consentido la entrada de tropas francesas en España para invadir conjuntamente Portugal. Pero la caída de Godoy y el acceso a la Corona del nuevo Rey Fernando VII, alteraron los planes de Napoleón con respecto a la Península Ibérica, por lo que decidió situar a España bajo su control de una manera efectiva. Reunido en Bayona con la Familia Real Española, forzó la devolución de la Corona por Fernando VII a Carlos IV quien, a su vez, se la cedió, para acabar ceñida por su hermano, José Bonaparte. La resistencia de los españoles a mantener su soberanía e instituciones desembocó en la Guerra de la Independencia, que se extendería de 1808 a 1814.

Durante este conflicto, con la mayor parte de España ocupada por Napoleón y la Familia Real prisionera en Francia, se estimó como perentoria la necesidad de debatir sobre la creación de distinciones al valor y la constancia de los militares que luchaban duramente contra el invasor francés, tanto en clase de jefes y oficiales, como de suboficiales, tropa y marinería. Ello suponía por primera vez contemplar el establecimiento de un sistema premial libre de considerar el estamento social al que pertenecía cada beneficiario del mismo.

El 19 de julio de 1808, el Capitán General de Andalucía don Francisco Javier Castaños libró una decisiva batalla en Bailén contra el ejército del General Dupond, enviado por Bonaparte para someter el Sur de la Península, liberar la escuadra del Almirante Rosilly (capturada en Cádiz desde junio del mismo año), y conquistar las plazas principales de Sevilla, Cádiz y Granada, en las que existían importantes Juntas de Defensa. La jornada se saldó con una resonante y decisiva victoria española, que supuso la primera derrota de gran magnitud en los campos de batalla de Europa de los hasta ahora invencibles ejércitos napoleónicos. Las fuerzas de Dupond resultaron completamente aniquiladas, contando más de dos mil muertos y diecisiete mil prisioneros.

Más allá de sus consecuencias militares, la victoria de Bailén tuvo destacadas repercusiones a nivel político, propagando una ola de patriótico entusiasmo que contribuyó a levantar la moral española y fortalecer la resistencia ante los franceses, desvanecido el mito de su invencibilidad. Una de las más importantes fue que las Juntas Provinciales que existían a lo largo del territorio para la defensa de España, pasaron a componer una única, que se constituyó en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808 y adoptó el nombre de Junta Suprema Central Gubernativa del Reino. Dicha Junta cesaría su actividad en 1810 y daría paso al Consejo de Regencia que, en nombre de Fernando VII, convocaría a las Cortes del Reino en Cádiz, reuniéndose en la Isla de León por primera vez el 24 de septiembre de 1810.

Es en el seno de estas Cortes, en una plaza sitiada por los franceses, cuándo comenzará a debatirse la necesidad de crear una distinción o condecoración que premiase la conducta destacada de los militares y marinos que, en numerosísimas ocasiones, habían mostrado su valor, en circunstancias en que la propia supervivencia de la Nación estaba en peligro.

Mediante sucesivos decretos, las Cortes fueron creando cruces y medallas de distinción para condecorar con las mismas a quienes se habían distinguido en las diversas acciones que jalonaban la lucha contra Napoleón. Sin embargo, todas estas condecoraciones se creaban en conmemoración de una concreta batalla, combate o acción, o de la encomiable actuación de un cuerpo en una campaña, sin que existiese ninguna que, con carácter general, fuese otorgada al mérito militar o naval. Entre muchas de ellas, pueden destacarse las establecidas con ocasión de las batallas de Bailén (1808), Talavera (1809), del sitio de Gerona (1810), o en homenaje al ejército de Cataluña (1810).

La primera condecoración militar española al mérito personal, sin requerir la probanza o condición nobiliaria de sus beneficiarios, y que no fuese creada para una batalla o acción en concreto, sino como remuneradora del valor en general, fue establecida por el Decreto número LXXXVIII, de 31 de agosto de 1811, con el nombre de Orden Nacional de San Fernando. Se trata de la todavía existente Real y Militar Orden de San Fernando, denominación que adoptaría tras la promulgación del Real Decreto de 19 de enero de 1815, y que continúa siendo la más alta condecoración al valor militar que puede concederse a los miembros de las Fuerzas Armadas en España.

Cruz de Oro de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, del reinado de Fernando VII Respecto de la Real Armada, en esa citada tendencia de crear cruces y medallas de distinción, hasta ese momento se había creado por la Junta Suprema de Sevilla una medalla naval, denominada de “Rendición de la escuadra francesa”, por Real Orden de 23 de agosto de 1808. Esta insignia fue establecida para condecorar a quienes tomaron parte en las exitosas jornadas junio de 1808, en las que las fuerzas navales españolas surtas en la bahía de Cádiz capturaron a los buques franceses que, al mando del Almirante Rosilly, permanecían allí fondeadas desde los días de Trafalgar tres años antes. Cinco navíos de línea y una fragata, cuatrocientos cincuenta y seis cañones y casi cuatro mil oficiales, marineros y soldados fueron apresados tras seis días de combate, hasta que Rosilly entregaba el 14 de junio su espada al Jefe de Escuadra don Juan Ruiz de Apodaca.

Sin embargo, en el seno de la Armada surgió con fuerza la idea de crear una condecoración plena y específicamente naval que pudiese ser concedida al mérito personal, con carácter general y no para hechos puntuales, diferente por tanto de las órdenes de San Fernando y San Hermenegildo. Sobre todo en memoria de las acciones transcurridas en aguas gaditanas, donde la Real Armada había sostenido violentos combates contra los franceses en los que sus miembros, ya fueren jefes, oficiales, suboficiales, marinería o tropa se habían conducido con el máximo valor, como en el Trocadero (26 de diciembre de 1810), o en Puerto Real (21 de agosto de 1811). Pero que permaneciese como una condecoración de general concesión al mérito de todos los miembros de la Real Armada, sin importar empleo o estamento social.

Fue precisamente en Cádiz, donde cuatro oficiales de la Armada, don Mariano de Ortega, don Juan de Presentis, don Francisco Jiménez de Mendinueta y don Juan de Dios Izquierdo, elevaron el 20 de abril de 1815 una instancia al Capitán General de aquel Departamento Marítimo, don Baltasar Hidalgo de Cisneros, solicitando la creación de una condecoración de tal naturaleza. Éste la remitió el 2 de mayo al Capitán General de la Armada, don Félix de Tejada, quien la elevó a su vez a don Luis María de Salazar que, en ese momento, ocupaba la Secretaría Universal del Despacho de Marina e Indias, equivalente al posterior Ministerio de Marina, hoy de Defensa.

Fernando VII, informado por su ministro de esta iniciativa, decidió el 11 de mayo que se avanzase en la creación de esta condecoración, encomendando a su tío el Infante Don Antonio Pascual, a la sazón Almirante General de España y de las Indias, la ejecución de las medidas oportunas para hacerla efectiva. Comenzaron entonces a elaborarse una serie de bocetos de las insignias, hasta que se presentaron diez al Infante para que escogiese el que tuviese por más adecuado. El 21 de noviembre de 1815 fue adoptada la decisión y, con la aquiescencia del Rey, se aprobó la Real Orden de 2 de febrero de 1816, por la que se estableció finalmente la condecoración, a la que se otorgó por Su Majestad la denominación de Cruz de Marina Laureada. La insignia consistía en una cruz de cuatro brazos triangulares acolada de un ancla, cargada de un ovalo de gules con el busto de Fernando VII en oro y coronada de laurel. Se lucía al pecho pendiente de una cinta con los colores rojo y amarillo, los propios de la bandera naval española adoptada en 1785.

Las concesiones se verificarían en dos clases, a saber. La Cruz de Oro, para jefes y oficiales, en la que la cruz sería esmaltada en blanco con bordura de oro, el ancla de azur y el óvalo de gules con el busto del Soberano en oro. Y la Cruz de Plata, para suboficiales, marinería y tropa, realizada en plata sin esmaltes.

A cada persona se extendería, en nombre de Su Majestad una credencial o diploma acreditativo, por parte del Secretario del Despacho de Marina, denominado Real Cédula. Asímismo, por Real Orden de 6 de abril de 1816 se estableció el protocolo para la entrega de cédulas y condecoraciones. Según el mismo, S.A.R. el Infante Almirante Don Antonio Pascual condecoraría personalmente a los oficiales generales mientras que, en los demás casos, lo haría el Capitán General de cada Departamento Marítimo.

Sin embargo, se dio la curiosidad de que al día siguiente de promulgarse este protocolo, el 7 de abril, Fernando VII, que había preferido que la insignia se hallase timbrada de la corona de laurel en detrimento de la Real, decidió que era preferible que, de manera definitiva, figurase la Corona Real de España, en símbolo de la plenitud de la Monarquía a la que representaba en su nombre y en el de su Dinastía. A tal fin, el Almirantazgo elaboró un reglamento que se aprobó mediante la Real Orden de 6 de enero de 1817. A partir de entonces, pasó a denominarse Cruz de Distinción de la Diadema Real de Marina, siendo conocida por antonomasia como Diadema Real.

El reglamento también establecía como méritos que era necesario reunir para optar a esta condecoración: rendir un buque de iguales fuerzas; sostener un combate obstinado contra fuerzas mayores sin rendirse; mantener un bloqueo impidiendo constantemente las entradas y salidas de los buques enemigos; privar de comunicación una plaza sitiada; remediar averías con facultativa maestría en casos de extremo apuro; verificar navegaciones difíciles y peligrosas con feliz suceso; y otras semejantes calificadas todas debidamente.

El 5 de mayo de 1829 el Ministro de Marina don Luis María de Salazar elevó a Fernando VII un memorándum por el cual se instaba la conversión de la Diadema Real, una condecoración, en una Real y Militar Orden propia de la Armada, planteando además nuevas modificaciones en la insignia. La propuesta no encontró la receptividad del Monarca, quien el 12 de junio la desestimó.

Esta iniciativa volvió a plantearse casi dos décadas después, al calor de la reforma otra recompensa militar. En efecto, por Real Decreto de 14 de julio de 1856 y siendo Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra el General don Leopoldo O’Donnell, fue promulgado un nuevo reglamento de la Real y Militar Orden de San Fernando, en un intento por mantener la exclusividad en las concesiones de la misma. En ese contexto, por idénticos motivos, el Capitán General de la Armada don Francisco Armero Peñaranda volvió a poner sobre la mesa la propuesta de 1829 para que la Diadema Real fuese transformada en una Real y Militar Orden. Sugería, al mismo tiempo, que fuese discernida en cinco clases, de la primera a la cuarta, siendo la restante la de Gran Cruz. La tercera y cuarta clases tendrían por insignia la tradicional colocada sobre una placa, en tanto que la Gran Cruz constaría, además de placa, de una banda con los colores rojo y amarillo. Téngase en cuenta que, en aquel momento, la bandera roja y gualda designada como bandera de la Armada por Carlos III en 1785 ya se había convertido en bandera nacional de España, por Real Decreto de Isabel II de 13 de octubre de 1843.

Tampoco en esta segunda ocasión se adoptó la medida, a pesar de que fue aprobado un nuevo reglamento que, sin embargo, no llegó a entrar en vigor, por lo que siguió vigente el de 1817.

La Diadema Real continuó concediéndose hasta que, finalmente, fue establecida por Real Decreto de 3 de agosto de 1866 la Orden del Mérito Naval. De este modo, terminaba por cristalizar la iniciativa de transformar la primitiva Cruz de Marina y Diadema Real en una Orden específicamente naval. También resultó decisivo el influjo derivado de la creación dos años antes de la Orden del Mérito Militar, mediante Real Decreto de 3 de agosto de 1864.

Durante los cincuenta años que fue la única condecoración española propiamente naval, fue concedida con bastante parquedad, pues no llegaron a contabilizarse las doscientas cruces a lo largo de los reinados de Fernando VII e Isabel II. Considerando que esto arroja un promedio algo inferior a cuatro cruces por año y que se trataba de una condecoración otorgada tanto a personal militar como a civil y tanto a españoles como a extranjeros, estos datos nos dan una idea de lo preciada por que se tuvo siempre a la Diadema Real.

La primera cruz fue concedida al Brigadier de la Real Armada don Mariano de Ortega, uno de los promotores de la iniciativa, el 9 de abril de 1816. En cuanto a los primeros extranjeros condecorados, correspondió al comandante y oficiales del navío de línea São Sebastião, el 13 de septiembre del mismo año. Se da la curiosa circunstancia de que a ninguno de ellos le puedo ser impuesta la insignia, pues no se recibieron las cruces en destino hasta cinco días después.

SOLICITUDES: todas las personas que, encontrándose en alguno de los casos enunciados, deseen recibir la cédula (o diploma) e insignia de esta conmemorativa, pueden solicitarla a través del formulario de contacto de esta página web.